* El equipo bananero completó el pasado viernes doce juegos perdidos en la Liga 2022; esto unido a la sanción impuesta por Dimayor ante actos vandálicos en su estadio, tienen a la institución al borde del abismo. /Dimayor.
REDACCIÓN
¡Qué ha hecho el fanático de bien en Santa Marta para merecer semejante castigo! Sin duda, no son buenos los tiempos en el Unión Magdalena, que desde que llegó de nuevo a la primera división ha tenido sin sabores, con problemas de índole legal, mal manejo de entrenadores, y lo que ahonda la crisis, una posición en la tabla que cada vez es más deprimente (último, con 10 puntos de 54 posibles).
El pasado viernes, el equipo ahora orientado por el argentino Claudio Rodríguez completó su derrota número 12 en la Liga ante un Deportivo Pereira (0-2), que también está eliminado de toda posibilidad de pelear por el título, pero que goza livianamente de buena salud en lo que respecta a continuar para el próximo año en primera división.
Y es que para nadie es un misterio que los líos en el Unión Magdalena son cimentados por la poca institucionalidad que se refleja a gritos. Un solo dueño que en la actualidad poco trasciende en las asambleas de Dimayor. Un gerente que anda de un lado para otro, casi que, sin brújula, pero que igual por ser empleado del equipo tiene que cuidar su cargo, sabiendo en el fondo que el club necesita mayor organización para salir del atolladero. Nulo poder de gestión para conseguir patrocinios, en fin.
Hoy, que triste ver la imagen del fútbol del Magdalena en el suelo, máxime por la manera como en menos de tres meses ha sido tapa de los principales diarios del país, no por su accionar en el certamen, sino por los actos vandálicos de algunos miembros de su hinchada, que nada colaboran al mejoramiento del buen nombre que sí merece una institución de tantos años de historia (69 en total).
Ya para aspirar a meterse a los ochos no le alcanza, su trasegar deberá ser enfocado en mejorar ostensiblemente para el segundo semestre, pero eso no será posible, si en el club no existe un verdadero remesón, en donde el dueño delegue funciones a un personal idóneo. Que se forje una verdadera junta directiva, no de papel, sino con criterio para debatir y plantear soluciones ante los graves problemas que hoy reviste el equipo. Como quien dice: ¡Amanecerá y veremos!
